miércoles, 26 de agosto de 2015

Los Prostituidores - Mª José Barahona Gomariz Profesora Titular Escuela Trabajo Social –U.C.M.-

El contenido de mi exposición tiene como eje central a los prostituidores, es decir, los sujetos que pagan en el mercado prostitucional por/para obtener placer. Esta es una aproximación amplia que nos sirve de plataforma para la delimitación, para la concreción de quiénes son, qué piensan y por qué lo hacen.
Toda explicación que se puede hacer de los prostituidores queda resumido y evidenciado en el uso de los términos empleados en prostitución.
Así, tradicionalmente se han denominado cliente y prostituta, puta, ramera,.....
¿Cómo puede ser que dos personas involucradas en un mismo acto tengan distinto reconocimiento social?. Así es, el mal llamado hasta ahora cliente, que no es más que un eufemismo que oculta el verdadero hacer, es reconocido en su necesaria existencia pero invisibilizado en su responsabilidad y desprovisto de condena social; en cambio la otra parte, la mujer en prostitución ha sido y es estigmatizada, visibilizada como responsable y condenada socialmente. ¡¡ Cómo cambian las cosas según de quien se trate!!!!, No, cómo cambian las cosas

según se sea varón o mujer.
¿Por qué identifico al prostituidor con un varón y a la persona en prostitución con una mujer?. Porque esa es la realidad mayoritaria de la prostitución y además porque este tipo de prostitución revela el papel fundamental de la mujer como objeto sexual en sociedades sexistas de pauta
patriarcal.
¿No es en sí misma esta terminología la evidencia de una violencia simbólica?. Explica Bourdieu la permanencia y la reproducción de las relaciones de dominación, de sus privilegios y sus injusticias por la violencia simbólica que se ejerce sobre los dominados y que hace aparecer como aceptables unas condiciones de existencia absolutamente intolerables. Define la violencia simbólica como “esa violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento (...) del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”.

Kathleen Barry sostiene que la prostitución es una construcción social reveladora de prácticas, ideas, actitudes y comportamientos que desconocen los derechos humanos y son parte de una organización social destinada a perpetuar la dominación del varón sobre la mujer, y de los que tienen más medios sobre los desposeidos.
Esta es la clave que descifra el ser y hacer de los prostituidores. La prostitución es una construcción social de los varones asentada en la desigualdad de género como una forma de expresar, de poner en práctica ideas, actitudes y comportamientos.

La desigualdad de género se sustenta en la diferencia biológica, de sexo, y sobre ella descansan entre otras cosas la sexualidad. Históricamente se han determinado comportamientos sexuales intrínsecos según se fuera varón o mujer, así, a los varones se les ha otorgado, mejor dicho, de forma más correcta, los varones se han otorgado con legitimidad social la “necesidad fisiológica sexual” que implica, según la definición del propio termino necesidad un impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido o aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir. Con ello se ha biologizado lo cultural, es decir, la sexualidad masculina se ha explicado y justificado por el modelo esencialista que sostiene que la sexualidad está predeterminada por la biología: la genética, las hormonas y por extensión, la anatomía y la fisiología corporal. Así, los actos sexuales son ante todo actos “naturales” y esa es precisamente la legitimidad que la sociedad ha otorgado, pero la sexualidad es una construcción social que demanda la culturalización de lo biológico.
Bajo esa idea de “necesidad fisiológica sexual masculina” se ha promovido la puesta a disposición de los varones de unos contingentes de mujeres que según cada época ha respondido a unos intereses.
¿Quién es prostituidor?, es aquel varón que paga por el uso/abuso de la genitalidad de la mujer u otras partes de su cuerpo a fin de obtener placer, dentro de una prostitución entre adultos heterosexuales. Placer que instrumentalizado a través del sexual es en simultáneo o en primacía psicológico. Placer psicológico en el ejercicio del poder en una situación asimétrica, estando caracterizada porque el ser prostituidor es una opción mientras que el ser mujer prostituida es una obligación, o para aquellos que les suene totalitarista, el ser mujer prostituida tiene un grado mínimo de voluntad, de libertad, es una voluntad restringida delimitada por coacciones
(estructurales, microsociales y/o individuales), y por tanto, la acción se convierte en forzada/forzosa.
El prostituidor está desprovisto de estigmatización social en el sistema prostitución porque su conducta está naturalizada, biologizada por su “necesidad sexual”. Ésta es la piedra angular para entender su invisibilidad, les hemos convertido en víctimas, en víctimas de su naturaleza y por lo tanto les hemos quitado la responsabilidad de sus actos, no pueden controlar las respuestas que producen sus hormonas, su bioquímica, la rebelión interna de sus espermatozoides.

Joseph Vicent Marqués nos señala que “el cliente es una figura que se da por supuesto, pero del que poco se habla ¿por qué?, porque cae dentro de las expectativas de la conducta masculina (...) existe una variedad de actitudes sociales ante el asunto, pero la tolerancia hacia el cliente prevalece sobre las demás”.
Bueno, ésta ha sido la tradición heredada culturalmente creada por las sociedades patriarcales, los mitos y leyendas construidos para reproducir y reforzar la defensa tradicional de la supremacía masculina basada  en el razonamiento determinista biológico, en la interpretación interesada del dimorfismo sexual, en el que se ha incluido también  la esfera de la sexualidad. Es la justificación a los actos de los dominantes. 
No hay nada más planificado, voluntario y racional que la conducta del prostituidor, ¿por qué? Porque su conducta está limitada por factores externos, estos factores son fundamentalmente dos, la disposición de tiempo y de dinero, con ello ya podemos proceder a la acción que variará en función de la tipología de prostitución seleccionada, medio abierto y medio cerrado. ¿Es entonces la conducta del prostituidor natura o nurtura?, es claro que no es innata sino adquirida, no es necesidad sexual diferenciada sino voluntad individual.
Es precisamente la voluntad individual la que impide la tipologización del prostituidor, no hay rasgos característicos ni definitorios que nos permitan hablan de la categoría prostituidor. Si realizamos una sencilla operación matemática podremos comprobarlo cuantitativamente. ..

- Tomemos la cifra en que se cuantifica el número de mujeres prostituidas en España (es aproximada): 300.000 ..
- Multipliquémosla por tres servicios diarios cada una: 900.000 ..
- ¿Cuántos servicios en una semana? (vamos a multiplicar solo de lunes a viernes ya que los fines de semana disminuyen): 4.500.000 ..
-  ¿Cuántos servicios al mes?: 18.000.000 ..
-  ¿Cuántos servicios al año? (quitando fiestas, Semana Santa, vacaciones de verano y Navidades, son diez meses): 180.000.000
-           
Escalofriante ¿no?, entonces ¿hay una tipología de prostituidores?. No.
Cualquier hombre es un potencial prostituidor.

No hay nada más cultural que la conducta del prostituidor, transmitida, aprendida e integrada en su repertorio de conductas, porque se han socializado con la tradicional ideología masculina. Su conducta está tan integrada que ha pasado a formar parte del mundo del trabajo y del ocio. Del trabajo porque parece que es la rúbrica a un contacto empresarial o la firma de un negocio. De ocio porque se ha integrado dentro de la ruta del ocio como un elemento más, necesario para el disfrute del tiempo libre. Pero esta conducta tiene una característica, es silenciada en el entorno más próximo, es comentada y compartida exclusivamente con los que se saben prostituidores activos, la experiencia pasa a ser un elemento integrador grupal, de pertenencia, se comparte esa experiencia transgresora, pero aún cuando se comparte, la realidad se deforma, se informa de las consecuencias (fue divertido, la mujer era... hicimos... me hizo... sentí... me entraron... duró...) y no de las causas, se comparte el exterior y no el interior, la masculinidad y no la individualidad.

La conducta del prostituidor responde al Síndrome de The Centerfold, este síndrome es una penetrante distorsión en la forma en que los hombres aprenden a pensar sobre las mujeres y la sexualidad. No es un síndrome clínico formal. Tiene cinco elementos: voyeurismo, cosificación de las mujeres y sus cuerpos, validación de la masculinidad, trofismo (comparación de la masculinidad con otros hombres) y miedo a la intimidad.
Ahora voy a parar, ya no voy a ser yo la que hable sino ellos, los prostituidores, a los que hemos entrevistado para conocer su ser y hacer. Pero antes un dato más para acercarnos en la imaginación a la realidad, para entender la esencia, de qué se trata.

En la investigación realizada sobre el prostituidor hicimos 100 observaciones, es decir, observamos a cien prostituidores que habían elegido la prostitución en medio abierto y sólo quiero revelar un dato, la duración del contacto. La moda son 5 minutos, es decir, es el valor más repetido de la muestra, el tiempo de duración del contacto sexual que ha empleado el mayor número de personas.

De las entrevistas en profundidad estructuradas mantenidas con 15 prostituidores, uno de los primeros aspectos que nos sorprendió es que ante la pregunta general de opinión ¿qué piensas sobre la prostitución?, todos manifestaron una actitud más que una opinión. Una actitud de defensa del “yo como prostituidor”, sus respuestas han sido sus justificaciones, así las podemos agrupar en dos fundamentalmente:
.. se justifica su “hacer” porque otros están, y además están de manera libre,                    como un trabajo más, es una opción laboral que la mujer elige libremente para 
vivir, es un derecho de las mujeres.
o “Yo veo bien que se ganen la vida de alguna manera, sin hacer daño a la gente 
claro, porque yo no veo que hagan daño a la gente ni a nada” (Antonio, 54 años, 
divorciado, con tres hijos, con pareja en la actualidad, se inicia sexualmente a 
los 19 años con una mujer prostituida en un club. Ahora su tipología principal de 
prostitución es abierta y acude tres veces al mes)
.. se justifica su “hacer” por ser el propio prostituidor una víctima de su 
condición de hombre, por ser dependiente de su naturaleza (necesidad sexual) y 
no de su voluntad.
 o “La prostitución es absolutamente necesaria. Es algo absolutamente 
necesario en esta sociedad y en las futuras, puesto que evidentemente si no 
existiera prostitución vendrían graves consecuencias de represión psicológica 
(...) los hombres tienen unas necesidades fisiológicas muy fuertes, la 
eyaculación” (Jose Luis, 56 años, divorciado. Acude por primera vez a la 
prostitución a los 25 años. Hoy su tipología de prostitución es cualquiera, acude 
dos veces a la semana)

Cuando les preguntamos la opinión sobre ellos como clientes y sobre los otros clientes, todos han calificado y clasificado a los clientes, han diferenciado entre “malos clientes”, en donde están los otros hombres, y “buenos clientes”, en el que se incluye siempre el entrevistado.
 o “Pues hombre hay auténticos cerdos, yo no, (...) Hay auténticos cerdos que 
utilizan los servicios de estas personas y estas personas tienen su dignidad, esta 
gente que ejerce la prostitución” (Fernando, 50 años, casado y con un hijo. Su 
primer contacto con la prostitución es a los 27 años. Utiliza la prostitución 
cerrada, acude tres veces a la semana)
o “Hay personas que son prudentes y vienen aquí a desahogarse como Dios 
manda y...hay otros que vienen aquí nada más que... ha hacer sufrir a las 
personas, que es muy diferente venir aquí a desahogarse y otros que vienen 
aquí a hacer perrerías” (Jorge , 77 años, acudió por primera vez a los 18 años. Su 
preferencia en tipología es abierta y su frecuencia ‘cuándo puede porque el 
aparato está hecho polvo’, acude con un sobrino)

Curioso fue encontrar que la mayoría de los entrevistados identifican el ejercicio de la prostitución “obligado” a la condición de ser mujer inmigrante, no aceptan el tráfico y declaran no haber estado nunca con mujeres traficadas a pesar de haber estado todos con inmigrantes. Aquí están algunas respuestas, curiosas, contradictorias todas ellas:
� “Yo normalmente prefiero extranjeras, me gustan las rusas, las ucranianas, 
subsaharianas, marroquíes, colombianas, brasileñas (...) no, no he estado con 
mujeres traficadas” (Pedro, 47 años, separado pero en la actualidad con pareja 
estable, conviven. Su primer contacto es a los 34 años. Acude con una 
frecuencia de dos a cuatro veces al mes, a cualquier tipología de prostitución)
� “De las chicas que hay aquí en la Casa de Campo ninguna está traficada, no, 
porque yo conozco a esas mujeres, yo conozco a estas polacas que yo las veo 
buenas chicas” (Jesús, 40 años, soltero sin pareja. Se inicia en el contacto con la 
prostitución a los 23 años. Prefiere la prostitución en medio abierto y acude una 
vez al día)
� “Yo hablo mucho con ellas y tal, de muy buena onda, y muchas veces lo que 
me dicen es que pues que vienen...bueno son muy reacias a hablar de ello, muy, 
muy, muy reacias porque tienen miedo de verdad, pueden llegar a enseñarte 
lesiones y todo, patadas en el vientre y barbaridades” (Juan, 31 años, soltero sin 
pareja. Se inicia en el contacto a los 27 años. Acude a prostitución cerrada una 
vez al mes)
� “Hay unas que están obligadas a hacerlo por las mafias que hay y las historias 
que hay (...) yo les pregunto mucho y me dicen que las obligan, tiene que pagar 
lo del viaje que les ha costado venir aquí o lo que fuera y ya está, tienen que 
hacerlo por cojones” (Alejandro, 32 años, separado, sin pareja. Se inicia a los 16 
años. Prefiere la prostitución abierta y acude cada quince días)

Si una de las razones de ser prostituidor es la ausencia o insatisfacción sexual, oigamos que dicen de ello:
� “Yo no he sentido un placer especial haciéndolo con una prostituta....lo único 
que la prostituta te ofrece un tipo de servicios que tu novia no está dispuesta a 
hacer” (Javier, 35 años soltero, sin pareja. Se inicia a los 35 años. Prefiere la 
prostitución cerrada, acude una vez por semana)
� “Una mujer que no se dedica a la prostitución y eso, pues lo haces con ella 
y...lo haces mejor que con estas, está más claro que el agua, lo haces más a 
gusto, más todo (...) Es preferible estar con una de las otras antes que con una 
de estas (...) te da otra satisfacción estar con una mujer que no es prostituta que 
estar con una de la calle “ (Jesús, acude una vez al día)
� “Siempre ha sido más satisfactorio con alguien por cariño, he tenido siempre 
mucha más satisfacción y me han enseñado más cosas de eso (...) hoy en día las 
prostitutas de sensibilidad y artes amatorias no tienen ni idea” (Pedro, dos a 
cuatro veces al mes)
� “Es menos placer con una chica de éstas porque no...no puedes ni besarla, ni 
la puedes agarrar. No, no son cariñosas” (Alejandro, cada quince días)

Un identikit de los hombres violentos

Página 12 
Por Mariana Carbajal
Martes, 25 de noviembre de 2014


Cuatro profesionales que trabajan con hombres violentos cuentan sus experiencias y los desafíos de su trabajo. Las resistencias a los tratamientos. Los cambios que se pueden lograr.
Creen en la superioridad del hombre sobre la mujer y ven como “peligroso” que ella tenga autonomía y tome sus propias decisiones. Están convencidos de que si su pareja desafía su autoridad o los contradice tienen derecho a imponerle un correctivo, y que ella es parte de sus posesiones. Dicen que si la empujan, le tiran del pelo, la pellizcan o no le pegan “tan fuerte”, no la están agrediendo. Y que, en todo caso, si le pegan es porque ella los provocó o se lo merece. Incluso, argumentan que la violencia “es cruzada”, que ella también es violenta y ellos sólo “reaccionan” para defenderse. Así piensan y actúan hombres que ejercen violencia de género en el ámbito doméstico. El conjunto responde a lo que expresan ellos mismos en distintos grupos, a los que concurren mayoritariamente obligados por la Justicia, a modo de probation, para recibir tratamientos “psicosocioeducativos” que los ayuden a modificar su conducta. ¿Cambian o son irrecuperables? En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres, cuatro profesionales que trabajan en distintas instituciones con hombres violentos cuentan sus experiencias, los desafíos y frustraciones. Saben que hay “mucha resistencia institucional y social” para apoyar terapias que pongan el foco en los victimarios. Porque hay quienes sostienen que no vale la pena, dado que el porcentaje que logra “reeducarse” suele ser bajo y que entonces hay que priorizar los recursos y el presupuesto –generalmente escaso– en atender a las víctimas. Los especialistas responden: “Nosotros trabajamos con hombres pensando en las mujeres y niños”. Y reclaman que se implemente un Programa Nacional de Asistencia a Varones Agresores, con perspectiva de género y de derechos humanos, en el marco de un plan nacional para prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres, previsto en la Ley 26.485, sancionada en 2009. “Por cada hombre que atendés, estás ayudando al menos a dos mujeres”, destacan.
Aníbal Muzzín y Sebastián Kikuchi son psicólogos. Muzzín coordina grupos de hombres que ejercen violencia machista en el Equipo de Violencia del Hospital Alvarez, de la ciudad de Buenos Aires, Kikuchi en la Dirección de Políticas de Género de la municipalidad de La Matanza; Liliana Carrasco y Carmen Umpierrez son trabajadoras sociales. Carrasco se desempeña en el servicio de Abordaje Integral en Violencias de Género del Sanatorio Municipal Julio Méndez, de la obra social de empleados municipales de Buenos Aires (ObSBA); Umpierrez, en la Asociación Civil Pablo Besson, dedicada a la Prevención y Asistencia en Violencia Familiar, donde trabajan fundamentalmente con hombres de comunidades religiosas, principalmente miembros de iglesias evangélicas. Las cuatro instituciones forman parte de la Red de Equipos de Trabajo y Estudios en Masculinidades, creada en 2011 por el precursor del trabajo con varones violentos en la Argentina, Mario Payarola, quien comenzó en 1995 en el municipio de Vicente López y luego fue creando otros espacios. Pero trabajó durante años “en completa soledad”, dice Muzzín. “La mayoría nos formamos con él”, agrega. Hay más instituciones y profesionales que forman parte de la red: decidieron agruparse con el objetivo de unificar criterios en el tratamiento de la problemática. Y además, “para no estar tan solos en una temática que necesita un abordaje colectivo. Hay mucha resistencia institucional y social para trabajar con varones”, reconoce Carrasco. “Y también nos agrupamos por la resistencia de los mismos varones a asistir a este tipo de grupos, si los encuentros no se adecuan a sus horarios. Trabajar en red nos permite cubrir distintas bandas horarias”, agrega Umpierrez. Hace pocas semanas se realizó el primer encuentro de la red en la ciudad de Buenos Aires.
Las otras ONG que forman parte de la red son el Grupo Buenos Aires, de Lomas de Zamora, y la Asociación Civil Decidir, de Moreno. También la integran otros profesionales que trabajan en Jujuy y en Escobar.
“El trabajo con varones requiere un reconocimiento esencial: hombres y mujeres se relacionan en el marco de un sistema patriarcal y por ello debemos reconocer que la perspectiva de género implica reconocer las relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los varones como grupo social y discriminatorias hacia las mujeres. Que esas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas. Que atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión”, señala Muzzín.

Abandono

En cada uno de los grupos que coordinan los cuatro profesionales hay alrededor de 10 varones. Llegaron mayoritariamente por orden judicial: tienen denuncias, órdenes de exclusión o prohibiciones de acercamiento a su pareja o ex pareja, causas por lesiones leves, amenazas, hostigamiento. Con excepción de los varones que pertenecen a comunidades religiosas, el resto está separado ya de la mujer a la que maltrataban. “Venimos por el papelito”, dicen en referencia a la orden del tribunal que los manda a “reeducarse”. El tratamiento grupal dura un año, con un encuentro semanal. Lo ideal, coinciden en la red, sería poder continuarlo más tiempo, como ocurre en el municipio de La Matanza –donde la terapia se extiende por tres años– pero tienen limitaciones en términos de apoyo institucional para abrir otros espacios. De hecho, Muzzín trabaja sin cobrar ningún sueldo desde hace casi un año y cobró un solo año de los cuatro que lleva coordinando grupos de varones en el Hospital Alvarez, que depende del gobierno de Mauricio Macri.
En La Matanza se encuentran con otro problema: hay deserción importante. En el primer año, actualmente, hay 10 varones que ejercen violencia hacia su pareja; en el segundo, 5, y en el último, donde ya no hay encuentro semanal, sino un seguimiento personalizado, apenas 2. Esa, dicen, es una de las grandes frustraciones que enfrentan. El abandono del tratamiento ronda el 40 por ciento en los distintos dispositivos terapéuticos. Los cuatro profesionales coinciden en que sería más fácil que pudieran sostener la asistencia a los grupos si la Justicia los obligara a concurrir por más tiempo o se ocupara que hacer un seguimiento más comprometido sobre el imputado. “Cuando desde el tribunal se olvidan de hacer el seguimiento, de pedir informes sobre si experimentó cambios en su conducta, el hombre automáticamente deserta. Es lamentable, pero lo que le importa al juzgado es si está viniendo, no sus cambios”, cuestionó Muzzín.

–¿Qué cambios en la conducta logran cuando terminan el primer año de tratamiento grupal? –les preguntó Página/12.

Muzzín: –Hay cambios en los pensamientos que originan las conductas violentas. Entonces, disminuyen sus comportamientos violentos, sus justificaciones, minimizaciones y las negaciones de esos comportamientos violentos.
Carrasco: –Básicamente mejoran su calidad de vida. En ese año, trabajan fundamentalmente para romper ciertos mitos.
Umpierrez: –A lo largo de los encuentros van viendo una postura diferente a la que traen: que la mujer no es parte de sus posesiones, que puede haber otra mirada de la realidad. Pero el primer mito que tenemos que trabajar es el de la superioridad del hombre sobre la mujer. Están convencidos de que tienen que imponer un correctivo en caso de que se falte a su autoridad. Argumentan que se les quita autoridad cuando se los contradice.
Kikuchi: –Un mito habitual que reproducen es que la violencia es sólo física. Entonces dicen: “Sólo la empujé” o “No le pegué tan fuerte”.
Carrasco: –Dicen: “Ella también es violenta” porque en determinado tiempo de relación ella puede reaccionar ante tanta violencia. Ese es un argumento fuertísimo que repiten. Pero cuando analizás la situación ves claramente que hubo previamente un abuso de poder en la relación ejercido por él hacia su pareja, que hace que ella reaccione y ella a veces termina convencida de que también es violenta. Ellos se sienten provocados. Tienen un concepto de autoridad distorsionado: que ellos están siempre por encima y ellas, por debajo.
Umpierrez: –Además, ven peligroso que las mujeres tengan autonomía económica. Los mayores de 50 o 60 años sostienen que el problema es que la mujer salió a trabajar y dejó la casa.

Violencia espiritual

En el municipio de La Matanza tienen diez años de experiencia brindando tratamiento a hombres violentos. “Algunos repiten el primer año”, cuenta Kikuchi, quien trabaja en ese dispositivo desde hace tres años. “Es tan arraigada la conducta violenta que los cambios se ven a través del tiempo. En el segundo nivel buscamos fijar esa no justificación de la conducta violenta, y que se hagan responsables de sus actos. Por más mínimo que sea el cambio, impacta en su vida social y en sus relaciones de manera importante. El tercer año, ya es individual el abordaje”, explicó el psicólogo.
En la Asociación Pablo Besson trabajan hace dos décadas desarmando la ideología patriarcal dentro de las comunidades religiosas, mayoritariamente evangélicas. Observan que además de violencia física y psicológica contra sus parejas, los varones que asisten a sus grupos ejercen “violencia espiritual”. El 32 por ciento de los varones, en este caso, llegan a la institución derivados por sus líderes religiosos.

–¿Cómo se expresa la violencia espiritual? –le preguntó este diario a Umpierrez.

–Utilizan el dogma o la doctrina que está en la Biblia para mantener en sujeción a su esposa. Sacan frases bíblicas para imponerse. Por eso trabajamos sobre la ideología del patriarcado. Ellos sostienen que “el hombre es padre de familia”; que “la autoridad es del hombre”, que “la mujer no puede negar el cuerpo al hombre”. Son todos recortes de la Biblia –contó la trabajadora social, que hace nueve años se ocupa de esa tarea. Destacó que empezaron con esta experiencia veinte años atrás, al darse cuenta de que las iglesias tenían que “hacer algo más que mandar a la gente a orar”.

“Es una conducta adquirida”

Un hombre es violento con la mujer que dice amar y puede ser la madre de sus hijos “por una construcción de su identidad masculina”, explicó el psicólogo Aníbal Muzzín, del Equipo de Violencia del Hospital Alvarez de la ciudad de Buenos Aires, donde brindan tratamientos grupales psicosocioeducativos a hombres que ejercen violencia contra su pareja. “No son naturalmente violentos: es una conducta adquirida”, agregó.


–¿Y cómo construyen esa identidad masculina? –preguntó este diario.

–La construyen en base a parámetros de lo que se espera para un ser masculino: ser fuerte, dominante, más lúcido, rápido, dinámico. Pero fundamentalmente, no ser mujer. La gran mayoría fue víctima o testigo en su infancia de violencia doméstica, pero no sólo física, de otros tipos también, como el abandono emocional, la indiferencia. Aprendieron a resolver conflictos con violencia y abuso de poder –señaló Liliana Carrasco, del Sanatorio Julio Méndez, de la obra social de los municipales porteños.
–El 80 por ciento de los hombres que atendemos fue víctima de abuso sexual infantil además –apuntó Carmen Umpierrez, de la Asociación Pablo Besson.

–¿Cómo piensan que se debe abordar la compleja problemática de la violencia doméstica?

–Tiene que haber decisión política para implementar un Programa Nacional de Asistencia a Varones Agresores, con perspectiva de género y de derechos humanos. Al asistir al agresor, estás previniendo situaciones de violencia hacia mujeres y niños –consideró Carrasco.
–Por cada hombre que atendés, estás ayudando al menos a dos mujeres. El tratamiento debería ser obligatorio para todos los hombres que ejercen violencia. Pero el trabajo debería empezar en la educación formal y no formal, desde la primera infancia promoviendo la equidad de género –observó Muzzín.
–Nos quejamos de la inseguridad, pero la inseguridad más grave ocurre en la propia casa. Pero no se ve –indicó Umpierrez.

–Hay quienes sostienen que no vale la pena brindar este tipo de tratamiento a varones porque hay alta deserción y se pierden recursos que podrían destinarse a la asistencia a las víctimas. ¿Qué piensan?

–Es cierto que es desalentador el abandono, pero hay que seguir. En la medida en que podamos sostener los tratamientos, se van a potenciar –opinó Sebastián Kikuchi, de la Dirección de Género de La Matanza.