jueves, 17 de julio de 2025

Otra realidades ....

Lic. Matias Bonavitta - Universidad de Córdoba / Ente de Políticas Socializadoras- Psicólogo - Antropólogo - Ministerio de Seguridad de la Provincia de La Pampa - Argentina- Coordinador de Grupos Pasico-Socio-Educativos de General Pico (LP) Integrante de RETEM
_________________________________________________________________ Publicación en DIVULGARE - Boletín Científico de la Escuela Superior de Actopan - ISSN: 2395-8596 - ARTICULO COMPLETO EN: https://repository.uaeh.edu.mx/revistas/index.php/divulgare/article/view/14578 (...article/view/14578) _________________________________________________________________ “Laburo todo el día en el campo… pulverizando glifosato”: extractivismo sojero, mandatos de masculinidad y violencia de género en La Pampa, Argentina. ___________________________________________________________________ RESUMEN: A partir de dos varones con condenas penales por violencia de género, usuarios de distintos programas de atención psico-socio-educativa en el marco del Ministerio de Seguridad de La Pampa, Argentina, se analiza la relación entre el poder extractivista ligado a la soja, los mandatos de masculinidad (proveer y asumir riesgos) y la violencia de género. Se observa cómo el contexto productivo actual interactúa con la subjetividad masculina, facilitando la violencia.

lunes, 14 de julio de 2025

La silla vacía: Una escena que incomoda, un acto que interpela.

En el centro del dispositivo hay una silla vacía. La escena no es menor ni casual. El silencio que la rodea tiene un espesor denso, casi incómodo. Se trata de una dinámica que algunos identifican con sus raíces gestálticas, pero aquí adquiere una dimensión profundamente política: no se trata de tramitar un duelo ni de reconciliar un conflicto, sino de hablarle a la mujer que denunció. No hablar de ella, no justificarse, no explicarse: hablarle. Por Martín Miguel Di Fiore*
Este tipo de intervenciones, trabajadas en etapas finales de algunos dispositivos psico-socio-educativos con varones que ejercieron violencia en sus vínculos afectivos, resulta profundamente revelador. Lo que se produce no es tanto una catarsis emocional -aunque la haya- sino una desestabilización del relato que el varón ha sostenido hasta entonces: victimización, negación, minimización, desplazamiento de la culpa. En esa escena el grupo se transforma en algo más que un espacio de escucha. Como señalan Branchiforti y González (2021)[1], el dispositivo «cobra relevancia al ensamblar aspectos como clase, etnia, religión, sexualidades, centrándose en el eje principal en el abordaje de la violencia familiar». Se transforma, entonces, en un escenario que interpela estructuras sociales y simbólicas, y no solo subjetividades individuales. La silla vacía forma parte de esa estrategia de intervención situada, con dimensión política y comunitaria. _____________________________________________________________ Durante semanas, meses, a veces años, los varones han construido una narrativa que mezcla excusas con omisiones. La denuncia es presentada como traición, la mujer como enemiga, la justicia como persecución. Sin embargo, frente a la silla vacía, esa arquitectura simbólica se desmorona. El dispositivo interpela no solo a quien se sienta frente a ella, sino también a todas las prácticas institucionales que, a lo largo del proceso judicial, han contribuido a blindar ese discurso. La coordinación guía la escena, sostiene el encuadre y al mismo tiempo lo tensiona. ¿A quién estás hablando? ¿Qué estás diciendo realmente? ¿Dónde estás vos en esto que contás? ¿Qué lugar ocupa el daño que causaste? ___________________________________________________________________________ La incomodidad no tarda en aparecer. Algunos tartamudean. Otros bajan la mirada. Algunos lloran. Pero lo que emerge con mayor fuerza no es la emoción, sino la dificultad para nombrar la violencia y asumir la responsabilidad. Porque muchos varones han aprendido que es más aceptable narrarse como equivocados, errados, confundidos o desesperados, antes que reconocer que ejercieron violencia. ___________________________________________________________________________ EL VARON QUE NO FUE INTERPELADO: Lo que esta práctica revela es una falla estructural: muchos varones llegaron hasta aquí sin haber sido verdaderamente interpelados. Ni por sus abogadas o abogados , ni por sus terapeutas, ni por los equipos técnicos judiciales. Escuchados, sí. Diagnosticados, también. Pero rara vez confrontados desde un lugar ético y político. Se confundió escucha con neutralidad, contención con condescendencia, y lo vincular con simetría. El sistema judicial aún opera bajo una lógica adversarial, donde la denuncia se lee como disputa y el expediente como campo de batalla. En otro artículo señalé que “el expediente, entonces, no es un documento neutro: es una trinchera más en esa batalla simbólica” (Di Fiore, 2024)[2], y esa afirmación cobra especial fuerza cuando se observa cómo los relatos del varón -y las prácticas institucionales que lo rodean- quedan atrapados entre el silencio estratégico y la defensa autojustificativa.. La silla vacía interrumpe esa escena. Le exige hablar sin abogada/o, sin juez/a, sin terapeuta como intermediario. Le exige hablarle a la mujer a la que dañó, aún si no está presente.
Y es ahí donde aparece la figura del sujeto político: no el varón herido, ni el varón dañado, sino el varón con poder. El que tuvo -y aún tiene- poder sobre la mujer, sobre los hijos, sobre el relato, sobre la escena. ___________________________________________________________________ LA ÉTICA DE LA INTERVENCIÓN Intervenir con varones exige una posición clara. No alcanza con comprender, ni con alojar. Hace falta incomodar. Hace falta nombrar. Hace falta construir una escena que habilite la palabra, pero que también exija responsabilidad. Porque no hay justicia subjetiva sin verdad, y no hay verdad sin conflicto ético. ___________________________________________________________________ Lo que buscamos, entonces, no es una justicia formal -que muchas veces llega tarde o no llega-, sino una justicia subjetiva, entendida como “el momento en que el varón reconoce el daño que ejerció, lo nombra sin rodeos, y se responsabiliza ante ese otro que fue afectado. No para pedir disculpas, sino para inscribirse simbólicamente como quien ejerció violencia y, por tanto, como quien tiene que transformar su posición en el vínculo”. Este enfoque, lejos de la patologización individualizante, propone un abordaje que recupere el conflicto como oportunidad de transformación. No se trata de explicar la violencia como efecto de traumas pasados, sino de visibilizar las decisiones actuales y las estructuras que las sostienen. _________________________________________________ __________ ¿Qué dice la silla vacía?
La silla vacía no está vacía. Está llena de ausencias institucionales: jueces que habilitaron revinculaciones sin evaluar riesgos, defensas que recomendaron no asistir a los dispositivos, equipos que derivaron sin seguimiento. Está llena de frases que el varón nunca dijo, de preguntas que nadie le hizo. Pero también está llena de potencia. De posibilidad. Hablarle a quien se dañó no es un acto privado ni simbólico. Es un acto profundamente político y subjetivamente transformador. Nos obliga a revisar nuestras coordenadas de intervención, a asumir que la incomodidad forma parte del trabajo con varones, y a romper con los modelos que ofrecen explicaciones sin responsabilización. La silla vacía nos recuerda que el cambio no se juega en una sola dimensión. No basta con que el varón entienda. Debe registrar emocionalmente, reconocer discursivamente, alterar sus modos de respuesta y reconfigurar su lugar en la trama del poder. Y SIN ESA CONFIGURACIÓN, NO HAY JUSTICIA. nI SUBJETIVA, NI COLECTIVA. __________________________________________________________________ (*)Abogado litigante en CABA y Provincia de Buenos Aires. Diplomado en violencia económica. Coordinador de dispositivos grupales para varones que ejercen violencia en Asociación Pablo Besson y Municipalidad de Avellaneda. Coordinador de laboratorio de abordaje integral de las violencias en Asoc. Pablo Besson. Miembro de Retem. (Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades). Integrante de equipo interdisciplinario en evaluación de riesgo y habilidades parentales para revincular o coparentalidad (Asociaciòn Pablo Besson)

miércoles, 7 de mayo de 2025

"Tiempos de Crueldad"

Publicado en https://iebc-online.vercel.app/articulo/210 📌 Serie de escritos breves de hermanas/os de la iglesia Bautista de Constitución. Malena Manzato (*) -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Qué difícil es cristiano/a en los tiempos en que vivimos, dónde todo vale, tiempos de deshumanización, de individualismos, de odio, de políticas de exclusión social, de apaleo a las viejas/os por reclamar una jubilación digna, de gasear a niñas en los ojos y reír, tiempos de desempleo, de aumento de personas viviendo en las calles. Tiempos de crueldad de “una crueldad que no es otra cosa que la planificación sistemática del sufrimiento”, cómo dijo el Dr. Alfredo Grande. Tiempos de crueldad dónde desde la presidencia se nos dijo cómo sociedad en la presentación del presupuesto del 2025, que la justicia social es un robo, entonces ¿debemos de pensar que Jesucristo era un tremendo ladrón ya que, en el llamado del Sermón del Monte proclama: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” ?
---------------------------------------------------------------------------------------- Es difícil ser cristiano/a y a la vez libertario/a, es difícil ser cristiana/o y escuchar a candidatos políticos que prometen cobrar una multa a las personas en situación de calle, es difícil ser cristiana/o cuando se nos vende y endeuda el país dejando una deuda que los nietos de nuestros nietos deberán pagar, es difícil ser cristiana/o sin pensar en la otredad cuando el centro del Evangelio es la compasión, “padecer con”, lo contrario del evangelio es no pararse a la vera del camino para levantar al herido, así nos enseñó Jesús con la parábola del Buen Samaritano: (Lucas 10:25-37)
25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? 26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? 27 Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y contodas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. 29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. 31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. 32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. 33 Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; 34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. 35 Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37 Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. -------------------------------------------------------------------------------------------- Creo que, lo que Lucas nos enseña a lo largo del capítulo 10 son tres lecciones de vida importantes de Jesús para con nosotras/os como creyentes: primero, debemos estar preparadas/os para compartir el evangelio; segundo, a menudo podemos hacer esto mejor ofreciendo una mano amiga a quienes nos rodean; y tercero, a medida que avanzamos, necesitamos tomar tiempo para recargar nuestras baterías espirituales. En estos tiempos de crueldad es necesario convertirnos cada día en cristianas /os, sino quedaremos indefensas/os ante los intereses del “mercado divinizado”, convertido en regla absoluta. Un “mercado divinizado” que excluye, reprime, miente. Hay quienes dicen frente a tanta crueldad que, debemos dar tiempo al tiempo porque todo va a mejorar, que todo va a salir bien, no quiero que todo salga bien si en el camino hay millones y millones de hermanas/os que quedan en el camino, me resisto a que ese sea el costo de salir adelante cuando no todas/os tendrán las mismas oportunidades, porque Jesús nos enseña una construcción colectiva dónde la vida cristiana es la vida compartida con la otredad.
Hace un tiempo leí una entrevista realizada a Margaret Mead, una antropóloga estadunidense, dónde un alumno le preguntaba que consideraba ella era el primer signo de civilización. “El estudiante esperaba que hablara de ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización era un fémur roto que había sanado. Explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna mueres. Eres carne de presa de depredadores. Un fémur roto y curado significa que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, vendó su herida, le llevó a un lugar seguro y le ayudó a recuperarse. Mead entonces dijo, la civilización comienza cuando alguien ayuda a otro”. ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------- (*) Malena Manzato /// Directora de la Asociación Pablo Besson

jueves, 24 de abril de 2025

“ZAFAR” Definición imaginaria: “Verbo. Acción de evitación de una responsabilidad previamente asumida”.

Lic. Prof. Carlos Iñón - Psicólogo Clínico – Psicoanalista – Sexólogo clínico- Profesor Universitario en Psicología - Director de Psicodrama - Psicólogo Social - Especialista Superior en Educación Sexual- Formador de Promotoras/es de Salud en Suterh - UMET - Integrante del Equipo Profesional de la Asociación Pablo Besson – Capital Federal – Argentina _____________________________________________________________________________________________________________________________________________ USOS COTIDIANOS Alumno primario/secundario/universitario: “Zafé, me copié todo, me salvé de estudiar”. Policía/Inspector: “Con las ‘contribuciones’ zafo, y llego a fin de mes”. Infractor: “Zafé, me aceptaron el ‘arreglo’, me salvé de la multa”. (Casi) todos: “Si me gano el Loto/Quini 6, etc.,etc., zafo”. Empresario: “Aprovechando el desempleo, bajamos los sueldos y zafamos”. Cooperador escolar: “¿No se puede hacer por izquierda, así zafamos?”. Funcionario: “Desviamos parte de los fondos y zafamos”. Comerciante: “Zafé unos días, le di un cheque sin fondos”. Represor / Corrupto: “Gano una intendencia y zafo unos años más” - Estos son sólo unos pocos ejemplos, Ud., lector o lectora, podrá encontrar otros. _______________________________________________________________________________________________________________________________________________ LA CULTURA DEL ZAFAR O EL ZAFAR EN LA CULTURA La actitud se encuentra instalada en cada uno de nosotros; pero no siempre, ni en todo lugar. Hay una lucha interna entre el esfuerzo y la cultura del trabajo, por un lado; y el deseo inconsciente de zafar, de hacer la cómoda, de no cumplir con la responsabilidad asumida, de comportarnos especulativamente. Este sería el primer paso: reconocer que forma parte de nosotros. Si reconocemos el “zafe” solamente en los otros, el cambio de actitud será imposible. __________________________________________________________________________________________________________________________________________________ EL ZAFAR ES UNA FARSA Jugando con la palabra, invirtiendo las sílabas, descubrimos que zafar tiene algo de farsa, en el sentido de lo falso. Podemos pensar que lo falso pasa por la fantasía de la salvación individual, de considerar que alguien puede salvarse a costa de que los demás se hundan. Cuando alguien zafa, algo (una tarea, un objetivo) o alguien se perjudica, hay una ética que falla, hay deshonestidad, falta de una moral, de saber lo que está bien y lo que está mal. Se puede decir que estamos bastante confundidos. __________________________________________________________________________________________________________________________________________________ LOS OPUESTOS DEL ZAFAR ¿Cuál sería el término contrario de zafar? Aparecen palabras que también son de uso coti-diano: “hacéte cargo”, en el sentido de asumir una obligación pertinente. “Es tu hijo, hacéte cargo”. “Es tu función, hacéte cargo”. “Para eso te pagan, hacéte cargo”. A modo de slogan: “NO ZAFE, HÁGASE CARGO”. _________________________________________________________________________________________________________________________________________________ EL FUTURO ZAFANDO O HACIÉNDONOS CARGO. Con la cultura del zafar predominando nos espera un futuro incierto, individualista, donde impera la ley de la selva, de la especulación. Si, por el contrario, prevalece la cultu-ra del trabajo, del esfuerzo fecundo, solidario, honesto; tendremos un país más habita-ble, menos violento, menos injusto, donde las personas tengamos mejores vínculos y una mejor calidad de vida.

La violencia de “hacerse hombre” bajo el modelo de una masculinidad patriarcal La fachada viril

PAGINA 12 - Sección Psicología - 24 abril 2025 _______________________________________________________________________________________________________________________________ Los autores plantean que la masculinidad de sometimiento o patriarcal tiene a la identificación con el agresor como mecanismo de transmisión intersubjetiva. Por Alejandro Vainer y Carlos Barzani
Diversos autores, entre ellos, Rita Segato, Michael Kaufman, bell hooks y Juan Carlos Volnovich señalan la violencia que implica “hacerse hombre” bajo el modelo de una masculinidad patriarcal o de sometimiento. Asimismo, De Stefano Barbero señala que en su experiencia con varones que han ejercido violencia de género ha encontrado que todos ellos en algún momento de su infancia han sufrido diferentes formas de violencia, es decir, primero han sido víctimas y luego victimarios, afirmación que lo lleva a preguntarse sobre cómo se produce un victimario (De Stefano Barbero, Matías, Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad, Bs. As., Ed. Galerna, 2021, pp. 276-277). ¿Cómo se traducen los abordajes psicosociales en el terreno del aparato psíquico? Sandor Ferenczi en 1932 describe el mecanismo de identificación con el agresor en el trabajo analítico con pacientes adultos que sufrieron abusos siendo niños. Cuando el temor “alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor.” (Ferenczi, Sandor, “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión”, 1932). Jay Frankel sitúa que este mecanismo está constituido por tres acciones que suceden simultáneamente: nos sometemos mentalmente al atacante, este sometimiento nos permite adivinar los deseos del agresor, penetrar en la mente del atacante para saber qué está pensando y sintiendo, para poder anticipar lo que el agresor va a hacer, y de esta manera saber cómo conseguir nuestra propia supervivencia. Y tercero, hacemos aquello que sentimos que nos mantendrá a salvo de las agresiones, borramos nuestra subjetividad a través de la sumisión al agresor (Frankel, Jay, “Explorando el concepto de Ferenczi de identificación con el agresor. Su rol en el trauma, la vida cotidiana y la relación terapéutica” revista Aperturas psicoanalíticas Nº 11, Madrid, 2002). Asimismo, la identificación con el agresor, en una proporción atenuada, consiste en una operación utilizada frecuentemente por personas que están en una posición vulnerable o de debilidad --dentro de un vínculo asimétrico-- como una manera de enfrentar situaciones con otros sujetos más fuertes y/o que son sentidos como una amenaza. Para Ferenczi se trata de una operación en la cual el sujeto borra su subjetividad y se identifica a otro que está en una situación asimétrica de poder en el afán de sobrevivir. Por el contrario, el concepto con el mismo nombre descripto por Anna Freud supone que el sujeto ejecuta “el papel del agresor, asumiendo sus atributos o imitando sus agresiones, el niño simultáneamente se transforma de persona amenazada en la que amenaza”.(Freud, Anna (1936), El yo y los mecanismos de defensa, Ed.Paidós, Bs As, 1961, p. 125). Podríamos conjeturar que en la operación de “identificarnos” incorporamos ambos polos de la fórmula sometedor-sometido y quien fue víctima puede ser eventualmente victimario. Aquí vale mencionar la responsabilidad de quien detenta el lugar de poder en una relación asimétrica, haber sido víctima no desresponsabiliza de actos que victimicen a otros. Argumento que muchas veces utilizan los abusadores con el fin de victimizarse y desresponsabilizarse de sus actos. En todo caso, bien vale la pregunta sobre qué lleva a un sujeto a hacerle algo a otro que no le gustaría que le hicieran (cf. Toporosi, Susana, En carne viva, Abuso sexual infantojuvenil, Ed. Topía,Bs As, 2018, p.149).
Ahora bien, la fórmula mencionada suele producirse desde la temprana infancia en familias y sociedad patriarcales, reforzada en la adolescencia y en la juventud por la “vigilancia” del grupo de pares. Bien vale como ejemplo un estudio estadounidense donde se preguntó a mujeres y hombres qué era lo que más temían (citado por Michael Kimmel en “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina”, junio 1997). Mientras las mujeres respondieron que a ser violadas y asesinadas, los varones contestaron que lo que más les asustaba era ser motivo de risa. Nosotros agregamos: por no ser lo suficientemente masculinos o, dicho en otras palabras, ser ridiculizados por ser “afeminados” o “maricas”; y eso está marcado en carne viva. A modo de ilustración: en una serie francesa --La vida en risa (Drôle), 2022-- una de las protagonistas consigue tener éxito en un stand-up comentando el placer de su pareja varón mediante la estimulación anal. El problema empieza cuando su pareja varón pasa a ser objeto de bromas en sus diferentes grupos y la crisis que desencadena. Algunos imaginarios sociales van cambiando y al mismo tiempo conviven con otros más arcaicos al modo de las capas geológicas. Algo que parecía superado, de otra época, permanece agazapado y, repentinamente, brota. Pueden ser varios los desenlaces en cada sujeto: desde la regresión a una masculinidad tradicional, es decir, una suerte de reacción machista como sucede con uno de los protagonistas en la primera temporada de la serie española Machos Alfa. Allí, luego de asistir a un taller de “deconstrucción de la masculinidad”, uno de ellos promueve la contrarreforma machista: el varón tiene que “recuperar la virilidad que le han quitado” (sic); un conflicto entre diferentes modos de ser varón, que dará una serie posible de sintomatologías --verbigracia, quedar perplejos al querer encarar un vínculo sexoafectivo con una mujer--; hasta una transformación de estas identificaciones a partir de los nuevos grupos y contextos de los que formamos parte. Y este proceso no es sin marchas y contramarchas. Otro momento clave de la estructuración subjetiva se produce en la pubertad y en la adolescencia, donde se resignifican las experiencias infantiles y el sujeto se enfrenta a operaciones corposubjetivas, ya que debe hacer frente a cambios corporales, psíquicos, familiares y sociales. Es un momento de interrogación por la identidad, en el cual se producen desidentificaciones, nuevas identificaciones y se cuestionan otras en un proceso que supone la confrontación generacional y donde el grupo de pares cobra singular relevancia, ya que es el espacio que puede constituirse en soporte de estos fenómenos que producen incertidumbre. La elección del mismo suele apoyarse en la identificación a algún rasgo. En este sentido, la cultura grupal será definitoria de las nuevas y no tan nuevas referencias identificatorias. Subrayamos “no tan nuevas” ya que, en una sociedad patriarcal, se pone en juego si el grupo de pares cuestionará o reforzará lo esperable/deseable en cuanto a los mandatos de masculinidad instituidos. Los varones en una sociedad patriarcal estamos atravesados por el dispositivo de masculinidad de sometimiento que supone ser fuertes, valientes, independientes, activos, agresivos, no expresar nuestras emociones, el mandato de “virilidad”, etc. No es casual, por ejemplo, que algunos varones busquen mejorar su performance sexual a través del Viagra, permitiéndoles “soluciones” aceleradas a los avatares que su vida sexual “les exige”. Esa fachada viril está dedicada a ese grupo de pares-varones. Estos grupos son algo así como vigilantes o centinelas del género “apropiado” o más bien prescripto, en el que se ejerce un control constante de los cuerpos, gestos, actitudes y movimientos propios y ajenos. (…) Un ejemplo extremo --entre varios-- de la violencia y masculinidad de sometimiento potenciada por la incitación mutua y la necesidad de reforzar y exhibir esta forma de masculinidad frente a los demás varones del grupo podemos verlo en el asesinato del joven Fernando Báez Sosa en manos de un grupo de rugbiers en la ciudad de Villa Gessel. En este hecho intervinieron también prejuicios racistas y de clase, cuestiones que suelen permitir además que el varón agredido sea ubicado por los agresores como varón subalterno, subordinado, inferior. __________________________________________________________________________________________________________________ La masculinidad de sometimiento o patriarcal tiene a la identificación con el agresor como mecanismo de transmisión intersubjetiva. Pero no siempre fue ni será del mismo modo. Alejandro Vainer y Carlos Barzani son psicoanalistas. Fragmento del libro “El malestar de los varones en tiempos de oscuridad” que acaba de publicar la Editorial Topía y será presentado el 3 de mayo a las 19 en la Feria del Libro (sala Ernesto Sabato, pabellón Azul)

miércoles, 23 de abril de 2025

Cuando el varón se emociona, pero no repara: "Del silencio del daño a la responsabilidad afectiva"

Por el Dr. MARTIN DI FIORE En los espacios de intervención con varones que ejercieron violencia de género, hay una escena que suele celebrarse: la del varón que se emociona. Aquel que, en medio del grupo, rompe el silencio y habla de su infancia dura, de su padre que ejercía violencia, de la vergüenza que sintió cuando lo tildaron de “maricón” por llorar. Ese momento es muchas veces vivido como un hito. Y lo es: implica una ruptura con mandatos que lo educaron en la dureza, en la represión del sentir, en la identificación del llanto con la debilidad. Pero hay que decirlo con claridad: esa escena no alcanza. Porque el silencio que muchos varones sostienen no es el de sus emociones. Es el de sus acciones. No callan lo que sienten: callan lo que hicieron. Y ese desplazamiento no es inocente. Se corre el eje del otro hacia el yo, de la consecuencia hacia la emoción, del daño hacia la herida subjetiva. Se reemplaza la responsabilidad por la conmoción. Y si no hay una intervención firme que recupere lo que quedó fuera de ese relato, el riesgo es enorme: reproducir una impunidad afectiva, pero ahora sensible, vulnerable, legitimada por el dolor. Muchos dicen: “a mí no me dejaron llorar”. Y probablemente sea cierto.Pero pocas veces, en ese mismo discurso, aparece la otra cara: “yo hice llorar”.Ese es el silencio que urge romper. No por castigo, sino por ética. No para etiquetar, sino para responsabilizar. Porque la intervención no puede detenerse en el “qué te pasó”, sino que debe avanzar hacia el “qué hiciste con eso que te pasó”.
EMOCIONALIZAR SIN RESPONSABILIZAR:"UNA NUEVA FORMA DE RECENTRARSE" .- El trabajo con las emociones es necesario. Pero cuando se lo hace sin anclaje relacional ni mirada de poder, se corre el riesgo de generar otro mapeo del yo donde el varón vuelve a ser protagonista. Ya no como proveedor ni como jefe de familia, sino como sujeto doliente. El problema es que ese sujeto doliente puede hablar de su tristeza, de su vacío, de su enojo… pero sin nombrar a quien recibió el impacto de ese dolor actuado. Nombran el enojo, pero no el grito. Nombran la tristeza, pero no el golpe. Nombran la angustia, pero no el control económico. Nombran el miedo a quedarse solos, pero no la manipulación afectiva. Y si no se los interpela, si no se los fuerza a vincular la emoción con el acto, ese relato queda suspendido en una especie de purga simbólica, donde llorar parece suficiente. Pero llorar no es asumir. Sentir no es reparar. Decir “me dolió” no equivale a decir “dañé”. El eje de la intervención: de lo emocional a lo ético Por eso, el rol de quienes coordinamos estos espacios es doble: por un lado, abordar críticamente el proceso de subjetivación del varón herido, y por el otro, no permitir que ese proceso enmascare o justifique el daño. Cada vez que un varón dice “yo no podía expresar lo que sentía”, la intervención tiene que devolverle: ¿Y cómo reaccionabas cuando no podías? ¿Qué hacías con eso que no sabías nombrar? ¿Quiénes estaban ahí cuando te enojabas, quién pagaba ese costo? Ahí es donde se abre el trabajo real. Porque la emoción, cuando se reconoce, puede volverse herramienta de cambio. Pero cuando se actúa sin elaboración, es violencia. Y cuando se elabora sin consecuencia, es fuga. El alojamiento no puede limitarse a habilitar el sentir. Tiene que politizar el hacer. La emocionalidad en sí misma no desarma la estructura de poder. El varón puede llorar y seguir controlando. Puede decir que se siente mal y seguir manipulando. Puede conectar con su dolor y seguir invisibilizando el dolor que causó.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN: El trabajo ético comienza cuando el varón deja de explicar por qué actuó como actuó, y empieza a asumir que eso tuvo consecuencias. No se trata de culparlo, sino de que reconozca que el problema no es solo lo que vivió, sino lo que hizo con eso que vivió. Ese punto marca una diferencia radical: ya no se trata solo de hablar de sí, sino de hablar del otro. De reconocer que hubo un otro cuerpo, otra subjetividad, otra experiencia que fue impactada. Que hubo llantos que él provocó, miedos que él generó, decisiones que él tomó y que marcaron a quienes lo rodeaban. Porque incluso si ese varón fue víctima de una masculinidad que lo obligó a callar, a endurecerse, a reprimir sus emociones, nunca dejó de gozar de los privilegios que ese mismo sistema le otorgaba por su condición de varón. El patriarcado que lo hirió también lo benefició: le dio poder para gritar sin consecuencia, para controlar sin sanción, para ejercer violencia sin nombrarla. Es justamente ahí donde se vuelve fundamental visibilizar la asimetría estructural. Como sostiene Muzzin (2019)[1], “uno de los argumentos más poderosos para evidenciar la desigualdad de poder entre hombres y mujeres ha sido, y sigue siendo, el de los “privilegios” que diversas culturas otorgan a los hombres por el solo hecho de serlo.” Nombrar esos privilegios no niega el dolor del varón, pero sí impide que ese dolor se convierta en coartada. Porque no se trata de quién sufrió, sino de quién tuvo -y usó- poder sobre otros cuerpos. Por eso no alcanza con decir “fui víctima de un sistema patriarcal”: lo urgente es que pueda decir “fui formado en un sistema violento, tuve privilegios que otros no, y desde ahí dañé”. Solo entonces puede asumir que su responsabilidad no nace del sufrimiento, sino del uso que hizo de su lugar en la estructura. Porque la transformación no empieza cuando el varón siente, sino cuando se hace cargo. Y no de su herida: de su poder. De su capacidad de dañar. De su decisión de no hacerlo más. ____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ (*) Abogado litigante en CABA y Provincia de Buenos Aires. Diplomado en violencia económica. Coordinador de dispositivos grupales para varones que ejercen violencia en Asociación Pablo Besson y Municipalidad de Avellaneda. Coordinador de laboratorio de abordaje integral de las violencias en Asoc. Pablo Besson. Miembro de Retem. (Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades). Integrante de equipo interdisciplinario en evaluación de riesgo y habilidades parentales para revincular o coparentalidad (Asociaciòn Pablo Besson)